"Vine a Comala porque me dijeron que aquí vive mi
padre, un tal Pedro Páramo."
Así se abre una de las novelas más inquietantes de la
literatura latinoamericana del siglo XX. Una frase breve, contenida,
sencilla... pero llena de resonancia. En ese inicio, Juan Rulfo lanza al lector
a un abismo: el de un México rural, deshabitado, poblado por murmullos, ecos,
voces sin cuerpo. Un lugar que parece salido del recuerdo de un sueño o de una
pesadilla compartida. Desde esa primera línea, el viaje ya está teñido de
muerte. Y sin embargo, es inevitable continuar. Pedro Páramo no es solo
una novela. Es un portal.
Contexto: cómo se redactó el libro
Juan Rulfo no escribió Pedro Páramo en medio de una
explosión creativa repentina. El proceso fue lento, casi doloroso. Los primeros
esbozos surgieron entre 1947 y 1949, en forma de cuadernos dispersos que el
autor fue armando como si se tratara de un rompecabezas existencial. Durante
ese tiempo, Rulfo trabajaba como agente viajero de llantas Goodrich-Euzkadi y
escribía en sus ratos libres, en hoteles, en la parte trasera de una libreta
comercial o al reverso de papeles de trabajo. No tenía oficina, no tenía
rutina. Solo tiempo robado a la vida laboral, tiempo ganado al olvido.
La novela comenzó a tomar forma definitiva durante una beca que Rulfo recibió del Centro Mexicano de Escritores, entre 1952 y 1954. Gracias a esa beca, pudo concentrarse en su obra y perfeccionar el manuscrito que daría origen a Pedro Páramo. Fue publicada finalmente en 1955 por la editorial Fondo de Cultura Económica, bajo la dirección de Arnaldo Orfila Reynal. Esa primera edición apenas llegó a los cinco mil ejemplares... y pasó casi desapercibida.
Una novela no comprendida por su generación
En su primer año, Pedro Páramo no fue el fenómeno que
es ahora. Los críticos de la época no sabían bien cómo clasificarla. El público
lector, acostumbrado a narrativas más realistas, no entendía ese enjambre de
voces, ese espacio donde los vivos y los muertos conversaban con naturalidad,
donde los tiempos se fragmentaban y se repetían como ecos. A muchos les pareció
oscura, confusa, incluso fallida. Los escasos elogios venían más de los
círculos literarios que del gran público.
Sin embargo, la historia dio un giro inesperado. A partir de
los años 60, con el auge del Boom latinoamericano, los escritores más jóvenes
empezaron a redescubrir la novela. Gabriel García Márquez dijo que, tras leer Pedro
Páramo, por fin entendió lo que él quería hacer con la literatura. Carlos
Fuentes la llamó “una obra maestra absoluta”. Las nuevas generaciones no solo
la comprendieron: la veneraron. Y con el tiempo, fue considerada no solo como
una joya de las letras mexicanas, sino como uno de los libros más importantes
escritos en lengua española.
¿Existe Comala?
El pueblo de Comala, seco, ardiente, deshabitado, lleno de
murmullos y de culpas, es uno de los grandes misterios de la novela. ¿Es real?
¿De dónde lo sacó Rulfo?
La respuesta es: de su propia memoria. Rulfo nació en 1917
en Apulco, Jalisco, pero creció en San Gabriel, un pequeño pueblo también
jalisciense. Fue allí donde vivió su infancia y desde donde observó, siendo
niño, la violencia de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera. De hecho, en
su libro de fotografías Inframundo. Juan Rulfo fotógrafo, se pueden
observar imágenes de Sayula, San Gabriel, Tuxcacuesco y Luvianos, pueblos que
claramente sirvieron como modelos visuales y espirituales para crear a Comala.
Rulfo fue un fotógrafo obsesivo. Capturó a México como pocos
lo hicieron: con silencios, con miradas, con polvo. La Comala de la novela es
un reflejo literario de esos lugares donde la vida parece suspendida, donde la
historia pesa más que el presente. Comala no existe en los mapas, pero sí
existe en el México profundo, ese que todavía guarda en sus rincones iglesias
vacías, casas derruidas y plazas donde el tiempo dejó de avanzar.
Mucho contexto, pero... ¿de qué va el libro?
Con todo esto dicho, vale la pena preguntarse: ¿qué cuenta
exactamente Pedro Páramo? En esencia, la novela narra el viaje de Juan
Preciado, quien promete a su madre, en su lecho de muerte, buscar a su padre
—el tal Pedro Páramo— y reclamar lo que le pertenece. Así, llega a Comala, un
pueblo que parece deshabitado, pero pronto descubre que no está solo. Las voces
que escucha no son las de los vivos, sino las de los muertos. Personas que le
cuentan fragmentos de su historia, que murmuraron tanto tiempo en silencio que
ya no distinguen si están muertos o vivos.
En paralelo, conocemos a Pedro Páramo, no tanto por su
presencia sino por el recuerdo de quienes lo conocieron. Es el cacique
absoluto, el hombre que lo tuvo todo —tierras, mujeres, poder— y lo perdió todo
por la muerte de Susana San Juan, la única mujer que amó. La novela no sigue un
orden cronológico. Es un puzle de memorias, confesiones, soliloquios y
fantasmas. Un mundo donde la historia se cuenta a través de fragmentos, como si
el lector escuchara los últimos pensamientos de un pueblo maldito.
Pedro Páramo no se trata de una historia en el
sentido clásico, sino de una atmósfera. Un eco persistente. Es un descenso a
los infiernos íntimos de la memoria, donde los muertos aún tienen algo que
decir y los vivos se diluyen entre murmullos. No hay héroes ni redenciones,
solo culpas que flotan en el aire caliente de Comala. Leer esta novela no es
seguir una trama, sino abrirse a una experiencia sensorial, casi espiritual,
donde cada voz es una confesión y cada silencio, una herida.
Es también una advertencia: lo que somos, lo que callamos,
lo que arrastramos, no desaparece solo porque el cuerpo muera. La tierra lo
absorbe. El polvo lo guarda. Las casas lo repiten. En Pedro Páramo, Juan
Rulfo no inventa un pueblo: exhuma un país. Uno que sigue vivo en el abandono,
en los campos secos, en las promesas rotas y en la herencia del poder que
aplasta al amor.
Por eso, si no has leído esta novela, hazlo. Pero no la leas
con prisa ni buscando entenderlo todo. Léela como quien entra a una casa vieja:
con respeto, con atención, con la certeza de que algo —una voz, un susurro, un
recuerdo— te va a seguir cuando cierres el libro. Y si ya la leíste, vuelve.
Porque Pedro Páramo no se acaba en la última página. Se queda contigo,
como Comala, como los muertos, como las promesas que nunca se cumplen.